domingo, 8 de abril de 2012

Humo y aire.

      No podía dormir. Algo me hacía dar vueltas al estilo de una peonza. Pero no sólo mi cuerpo era incapaz de parar entre las sábanas. En mi mente reinaba el caos más absoluto, así que me levanté.
No solía fumar, excepto en noches bohemias donde mantenía mis manos y mi boca ocupadas con tabaco y alcohol. Pero en aquel momento lo necesitaba. Encendí la lamparita del escritorio, cogí uno y abrí la ventana de par en par (quería aire fresco; paradoja, ironía, llámalo como quieras).
      Inmediatamente a la primera calada aparecieron en mi mente mil imágenes. Me vi de nuevo asomada en la terraza de aquel hotel, tomando el aire y el humo, igual que en la ventana de mi habitación de estudiante. Divisé otra vez el muro y el minigolf que separaban el hotel de un edificio de apartamentos. Recordé las caras (y algunos cuerpos, no nos engañemos) de los que saltaban a la piscina que se veía tras la pared. Vislumbré el tono anaranjado de los atardeceres de agosto. Volví a oír la televisión detrás de mí, donde se estaba emitiendo algún canal extranjero, quizá francés. Y entre todo ello escuché la música proveniente de los altavoces de mi smartphone, mezclado con el sonido del ron chocando en el interior de un vaso de plástico blanco, seguramente de picnic.
      Me giré y la vi; descalza, el pelo suelto, la cara lavada, la piel enrojecida por el sol, el agua y la arena, y aquel vestido negro que tanto le gustaba. Bailaba al ritmo de la música mientras preparaba las bebidas como si le fuese la vida en ello. Ella era así. Mi mejor amiga. No sé si por ese tipo de cosas, pero el caso es que lo era. Se acercó y me ofreció un vaso. Recuerdo lo adultas e independientes que nos sentíamos. Creo que estábamos algo locas. Me entristece no saber dónde habrá ido a parar aquella locura. Querría encontrarla para volver a hacer el idiota otra vez, aunque sólo sea de vez en cuando. Ese hotel, ese viaje y ese verano significaron la plenitud de nuestra amistad.
      Ahora dejo a un lado las imágenes de mi cabeza y miro al frente en el mundo real. También veo un muro, muy diferente.  El muro del bloque de pisos de al lado. Todavía con el sabor del cigarrillo en la boca que tantos recuerdos me trae, me doy la vuelta. Veo mi cama, deshecha. Una cama que ha sido mía los últimos meses y que no estoy segura de si volverá a serlo en los siguientes. Joder. Las cosas cambian, y mucho. Obviamente, ya tenía clara esa idea desde siempre. Pero creo que no lo había asimilado completamente hasta este momento.
      No me importa que todo cambie, no me da miedo en absoluto. Sólo quiero seguir coleccionando muros, y tú a mi lado. Espero que nunca del otro.
      Pase lo que pase, y decidamos lo que decidamos... Ya sabes. Espero que algún día al girarme vuelvas a ofrecerme ron en un vaso de picnic.
Salud. :)