lunes, 4 de febrero de 2013

Recolectando trocitos de sol.


      Era una tarde amarilla. Ágiles atisbos de sol parecían otorgar más intensidad a los tonos de las fachadas. Como si una mano hábil e invisible hubiera dado un par de capas de pintura a los ladrillos desvaídos. De esas tardes en las que la luz llena el aire, lo colorea. Donde las nubes supervivientes de las batallas bañadas en agua, hielo y electricidad se tornan rosáceas y anaranjadas. Cuando el azul celeste parece incluso más tenue, delicado, sutil, leve, ligero y vaporoso que nunca. Piensa en ello. Esos minutos, de luz breve pero intensa, que acompañan a una quietud húmeda por el rocío del asfalto. Silencio. Seguro que en esos momentos lo percibes todo con una perspectiva diferente. Pues bien, pienso que esa luz es especial. Creo que cada uno de nosotros debería atrapar uno de estos fulgores y guardarlo en una cajita. Así, en las ocasiones donde solo veamos oscuridad, un gris que a menudo nos aletarga y no nos permite la posibilidad de ver más allá, donde se encuentra la esperanza... Abrir entonces el cofre de interior resplandeciente podría ser muy útil. Un único vistazo nos evocaría aquel proverbio que habla de lo que se encuentra detrás de la tormenta. Una calma y paz repletas de claridad, optimismo, color y expectativas.