Nubes de tormenta acechan mi ánimo,
asustado de tus miedos y tus juegos.
Si algún día te decides
mientras miras a tu copa de
cristal, yo seré ese ron con
miel que medio lleno o medio vacío
hará de tu sonrisa algo más dulce.
Son las tres de la mañana y
tú marcas en mi mente cada
movimiento de la aguja en el reloj.
Cada tic-tac duele más que el anterior.
Continúa el ritmo implacable
de la noche y llega el día,
con nuevas promesas y mentiras
que me son indiferentes;
no eres tú quien me las cuenta entre suspiros.
Quiero pensar que eres una fantasía,
más dura y dulce que la melodía
que enternece mis oídos y a tu ritmo me guía,
imaginaciones palpables que recuerda mi retina.
Pero eres tan real como todo lo que veo,
lo que toco,
lo que duele y todavía
no comprendo por qué dañas mi honradez
y consumes mi energía,
siendo al tiempo el bálsamo que consuela mis heridas,
poesía hecha con tinta
empapada de este folio
que tanto me gustaría quemar
como los súbitos recuerdos tuyos,
de tu tronco.
Como una ola que se debate
entre la vida y la muerte de su orilla,
así es ahora mi vida,
dulce y amarga mezclada
con el sabor de la pura cobardía.
Mi corazón quiere dejarte
aunque una mitad se queme y
quede marchita entre nubes de cenizas
que ensucian mis palabras aquí escritas.
Algo improbable, imposible
de todas las maneras.
Tus labios se han sellado en mis caderas,
en noches rastreras
entre abrazos, caricias, risas y sorpresas.
Tan solo ayúdame y haz que termine
la espera de volver a verte,
de volver a crear otro pequeño mundo
junto a tí; que me ruegues
No te pares, yo te sigo.
Y me sigo columpiando en las agujas del reloj;
cada tic-tac duele más que el anterior.
"No voy a dejar de hablarle sólo porque no me esté escuchando. Me gusta escucharme a mí mismo. Es uno de mis mayores placeres. A menudo mantengo largas conversaciones conmigo mismo, y soy tan inteligente que a veces no entiendo ni una palabra de lo que digo." Oscar Wilde
martes, 15 de octubre de 2013
domingo, 17 de marzo de 2013
Que todo fluya.
Ese cosquilleo que te invade de pies a cabeza cuando le acercas unos centímetros más a tí. Es una sensación indescriptible pero que tampoco necesita ser descrita. Yo lo he llamado cosquillas, por llamarle algo. Otros lo califican de amor. Lo mismo ocurre cuando ese acercamiento llega a su clímax tomando forma de beso y calor. O simplemente por el mero hecho de tenerle cerca. Es terrible. ¿Que por qué?. Hay una ley, podríamos decir que hasta natural, una ley de vida, que establece que nada, absolutamente nada es eterno. ¿Quién decía aquello de ''todo cambia, nada permanece''? Esto se aplica a todo. Y no siempre es fácil hacerlo. Y menos en el tema de las cosquillitas. Muy a menudo, más a menudo de lo que quizás debería, el amor cambia, no permanece. O puede permanecer distorsionado y tomando otras formas, como agua gélida que apaga las chispas anteriores. ¿Los motivos? Infinitos y universales, sin necesidad de explicación. Hasta la falta de explicaciones puede ser el problema. La cosa es que el tema de los cambios se cumple, ¿no?. Pero todos hemos grabado-y seguro que no voluntariamente- en la cabeza en alguna tarde de estudio de ciencias que ''la energía ni se crea ni se destruye, solo se transforma''. Pongamos esto en relación con la cuestión de los cosquilleos apagados. Todas estas 'fases', desde las chispas hasta el agua... Son emociones. Emociones que, repitiendo lo anterior, no se explican pero se entienden... O bueno, se explican pero no se entienden. Lo único claro es que las emociones son energía, una energía muy poderosa, tanto que a menudo te arrollan. Y como tal, son indestructibles. Tampoco se crean, pues nacemos con ellas ya acompañándonos, incluso antes. Y, no a tu antojo, pero sí pueden transformarse. Hay poca solución...Quizás intentar encontrar a quienes te causen el cosquilleo y mantengan a raya el frío-nada sencillo por otra parte-sea una. Si alguna vez te gana el agua, busca otra fuente de chispa. Forma parte de la energía. Ya has sido creado pero no destruido. No lo permitas. Transfórmate.
lunes, 4 de febrero de 2013
Recolectando trocitos de sol.
Era
una tarde amarilla. Ágiles atisbos de sol parecían otorgar más
intensidad a los tonos de las fachadas. Como si una mano hábil e
invisible hubiera dado un par de capas de pintura a los ladrillos
desvaídos. De esas tardes en las que la luz llena el aire, lo
colorea. Donde las nubes supervivientes de las batallas bañadas en
agua, hielo y electricidad se tornan rosáceas y anaranjadas. Cuando
el azul celeste parece incluso más tenue, delicado, sutil, leve,
ligero y vaporoso que nunca. Piensa en ello. Esos minutos, de luz
breve pero intensa, que acompañan a una quietud húmeda por el rocío
del asfalto. Silencio. Seguro que en esos momentos lo percibes todo
con una perspectiva diferente. Pues bien, pienso que esa luz es
especial. Creo que cada uno de nosotros debería atrapar uno de estos
fulgores y guardarlo en una cajita. Así, en las ocasiones donde solo
veamos oscuridad, un gris que a menudo nos aletarga y no nos permite
la posibilidad de ver más allá, donde se encuentra la esperanza...
Abrir entonces el cofre de interior resplandeciente podría ser muy
útil. Un único vistazo nos evocaría aquel proverbio que habla de
lo que se encuentra detrás de la tormenta. Una calma y paz repletas
de claridad, optimismo, color y expectativas.
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