Nubes de tormenta acechan mi ánimo,
asustado de tus miedos y tus juegos.
Si algún día te decides
mientras miras a tu copa de
cristal, yo seré ese ron con
miel que medio lleno o medio vacío
hará de tu sonrisa algo más dulce.
Son las tres de la mañana y
tú marcas en mi mente cada
movimiento de la aguja en el reloj.
Cada tic-tac duele más que el anterior.
Continúa el ritmo implacable
de la noche y llega el día,
con nuevas promesas y mentiras
que me son indiferentes;
no eres tú quien me las cuenta entre suspiros.
Quiero pensar que eres una fantasía,
más dura y dulce que la melodía
que enternece mis oídos y a tu ritmo me guía,
imaginaciones palpables que recuerda mi retina.
Pero eres tan real como todo lo que veo,
lo que toco,
lo que duele y todavía
no comprendo por qué dañas mi honradez
y consumes mi energía,
siendo al tiempo el bálsamo que consuela mis heridas,
poesía hecha con tinta
empapada de este folio
que tanto me gustaría quemar
como los súbitos recuerdos tuyos,
de tu tronco.
Como una ola que se debate
entre la vida y la muerte de su orilla,
así es ahora mi vida,
dulce y amarga mezclada
con el sabor de la pura cobardía.
Mi corazón quiere dejarte
aunque una mitad se queme y
quede marchita entre nubes de cenizas
que ensucian mis palabras aquí escritas.
Algo improbable, imposible
de todas las maneras.
Tus labios se han sellado en mis caderas,
en noches rastreras
entre abrazos, caricias, risas y sorpresas.
Tan solo ayúdame y haz que termine
la espera de volver a verte,
de volver a crear otro pequeño mundo
junto a tí; que me ruegues
No te pares, yo te sigo.
Y me sigo columpiando en las agujas del reloj;
cada tic-tac duele más que el anterior.