domingo, 19 de octubre de 2014

Canto tinto.

Casi realeza pero sangre
grana, que no añil;
mejillas rosadas unos,
otros semblante pálido.

Cada copa,
tina de sensaciones;
cada gota,
ondas de aroma;
cuando brincas,
oleaje de lagares.

Vides de canicas traviesas, ya néctar,
juegan en las bodegas
de una villa encantadora;
hijitas del sol, celosa la luna.

Casta fresca y añeja,
entinta tierra canguesa,
no se derrama
como en guerra;
desemboca en las
entrañas del feliz.

Festejemos el nacimiento
como princesa de cuento;
alcohol el infante.
Vino, fruto del mimo,
San Roque padrino,
mecenas el borracho,
pueblo testigo.

jueves, 18 de septiembre de 2014

Hablo.

De hablar a diario.
De tu risa, con prisa,
escondida en las esquinas
entre ebúrneos incisivos.

De la cera, ya líquida.
Licor de las horas,
celosas de tí.

Del revés, del izquierdo.
De derechos, de maneras,
de cuentos rusos
y verdades piadosas.

De que voy y vengo,
de que tiras y aflojo,
que miramos sin ver
y vemos sin mirar;
qué más da.

De lo que ya es por no ser,
de que existo y no pienso,
de que lo que eres, soy,
de lo que no pudo desapare(s)er.

De una imagen,
una palabra,
más que mil,
tus pestañas.

De llorar por no reír,
y susurrar de enfado,
gritar por no molestar.

De chismes y cavicaches.
De la tabla de los mil pecados,
uno por peca en tu tez.

De aquello, de esto.
De que estemos lejos,
de caminos de nubes
y lluvias de suelo.

De niños mal,
de criminal con bondad.
De luces oscuras
y sombras cristalinas.

De odiar los viernes
y perezoso un lunes,
de misas los miércoles.

De cada tres por dos,
de la magia del último,
del mal azar del primero.

De unos más uno,
dos resultado
y un solo ser.

De copas que mueren,
sangre de uva,
bébeme hasta que rompa la luna.

De ser, soy tú.
De abrigarme, tus hombros.
De vivir corto
y de atarme en largo;
de eso hablo.

martes, 2 de septiembre de 2014

Una de Clichés

Tirado en el sofá, en pijama, engullendo todo tipo de porquerías, lagrimón, pañuelo en mano, y nuestra pastelada favorita en la televisión. Añadiremos también la típica tarrina de helado, por qué no. ¿A alguno le suena esta escena? Claro que sí. Y más de uno seguro que ha sido su protagonista. Es una escena que podría ser hasta cómica si ignoramos los motivos por los que se puede llegar a ese estado. Apuesto a que ya no tiene tanta gracia, ¿verdad? Es probable que muchos hayamos pasado por esa etapa
en algún momento de nuestra vida, autoflagelación dentro de la autoflagelación más absoluta. Y es que nos procrastinamos continuamente.

¿Que has tenido un día de mierda? Para qué poner algo alegre con la intención de subirnos el ánimo... baladón. Pensemos en esto: ¿Cuántas horas tiene un día? Veinticuatro, de las cuales restaremos algunas de sueño. Pongamos, para los más desvelados, que el peor día de nuestra vida tiene veinte horas. Parecen un montón, sí. Pero no castigues cada minuto. No lo pienses, demonios. Para mañana ya estarás veinticuatro horas más lejos de todo esto, sea lo que sea. ¿Y si mañana continúa
la mala suerte? Mismo remedio. ¿Y al otro? También, que al final se acaba. De verdad. Aunque las cosas, buenas o malas, terminan o empiezan en gran parte por tomar cartas en el asunto... ya sabes.

¿Que has roto con alguien? Baladón-pastelada-baladón-baladón-pastelada-pastelada-baladón... Pienso que no somos conscientes de cuán frágiles, física y emocionalmente somos, y de cuantísimo se debe a nuestra misma culpa. Siempre tenemos el 'Carpe Diem' y el 'Tempus Fugit' en la punta de la lengua, para usarlo como coletilla a la primera de cambio. Y rara vez nos paramos a analizar la validez y realidad de los latinismos que tan intelectuales quedan. Nosotros mismos nos acortamos la existencia. Mientras te quejas en el sofá, alguien que puede arreglarte el día fácilmente anda por tu barrio. O incluso pasa cada día, por pura rutina, por tu calle. Por delante de tu portal. Puede que cruce el parque de los patos de la esquina. Que se quede embobado, al igual que tú, mirando esa fuente tan bonita de la plazoleta cada mañana. O cada tarde. O que incluso sea el vecino ruidoso que pone esa música infernal a todas horas. O ese chico desaliñado de la tienda de discos. O esa ejecutiva imponente que se salta el semáforo  de enfrente con su cochazo, y a la que en el fondo le da miedo estar sola. Y, ¿qué hay de esas conversaciones y miradas fugaces de discoteca? También valen. Ese 'hola' que no te atreviste a decir, y esa sonrisa que no te atreviste a dar. O ese pedante del bar, la tarde anterior. En realidad no estaba tan mal. ¿Qué hay de la camarera de la coleta? ¡Menudos ojos!

Más: Una muerte. Aunque más justificable, mismo procedimiento de baladón. Esa persona se ha ido, y el mundo te parece lo peor. Una afirmación, por otra parte, que no me atreveré  a contradecir. Pero haz honor a esa persona. Seguro (y suena muy típico, pero cierto) que no querría verte así por nada del mundo. Cambia eso.

Que los lunes encabezan la lista negra de 'Cosas Odiosas', que ya no recibas ese mensaje de buenas noches y/o buenos días que te levantaba de la cama del tirón, que esta tarde no has podido meter más la gamba en el trabajo, que el perro ha hecho lo suyo sobre la alfombra blanco inmaculado del centro del salón y que tienes una pila de platos sucios sin fregar en la cocina, y que le eches de menos... Bueno, actúa. Creo que todo es cíclico.

La vida te ha arrebatado varias cosas sin las que crees que no podrías vivir, y lo has hecho. También te ha dado otras alucinantes, seguro. Y lo más grande que nos puede brindar siempre es la opción. La opción de cambiar, la opción de escoger, aunque creamos que es imposible.

La opción de tener una opción. De que cambiemos los viernes por los lunes, y la peli de sobremesa y el helado por palomitas, butaca y una mano amiga. La opción de demostrar que sí, tienes un talento inconmensurable para cagarla, pero también para enmendar los errores.Y para aceptar los de otros. La opción de seguir tus principios o de tragar orgullo. De enfrentarte o de agachar la cabeza. De hablar o de gritar, o de callar con un beso.


Pero, ¡¿queréis volver al sofá y terminar de leer?!

lunes, 25 de agosto de 2014

Pía.

Hoy el ambiente aprieta,
lágrimas lacayas del coraje.
Hoy ha nacido, Complicidad,
tu prima carnal, que no tan lejana,
Impotencia.

Hoy acudo a mi enlace
con el Resigno;
al tiempo, Ayer, entono tu réquiem.
Hoy claveles mudan en
níveos lirios.
Hoy el mirlo es rapaz,
yo, avestruz, entierro la tez.
Picapinos, de súbita tregua
con el leño,
prefiere mi conciencia.

Hoy un pajarito me chiva
una palabrita: Mañana,
en plena ceremonia.
Se me hace relevante,
alias de bella dama.
Señor cura, no sulfure,
que primero sabré 
lo que el nombre descubre;
después, me caso.

Hoy brinco entre girasoles,
y el mirlo me silba las canciones.
Hoy retiro los pies del nimbo
y la cabeza del piso;
picapinos tallan mi dignidad con esmero.

Hoy... me fugué por la Mañana.

lunes, 28 de abril de 2014

Nuestro suelo de El Edén.

A pillow, soft sheets, blue walls
and dreams hanging in my wardrobe.
Hopes on the shelf,
broken stories inside my drawer.

Sunrays through dirty windows,
dirty windows as my soul,
soul notes flying around me,
every one written is for you.

In this world you have your place,
in this world that remains your face,
in this world that will be yours as long as you deserve,
in that side of the bed, there's our world.

Clothes will be our Eden's floor,
take chances and be worthy,
I wanna run away from pain.
Swear you won't ever leave your bed's side.

My pocket's full of keys for you,
all of them are new oportunities.
Open those doors and sail among
a pillow, soft sheets, blue walls
and dreams hanging in my wardrobe.

'Cause it's our Eden,
'cause it's my heart beating at your rhythm,
maybe loving you is the greatest thing I've ever done.

Promise you won't ever leave it.

miércoles, 15 de enero de 2014

Sintonizando recuerdos


      Qué gran invento, la radio. Aquel día ya se terminaba. Llovía a cántaros ahí afuera, y en la casa reinaba un silencio verdaderamente sofocante, demasiado ruidoso para mi gusto. Decidí ahogarlo sintonizando mi emisora de radio favorita para que me hiciera un poco de compañía. Aquel no había sido un buen día, en absoluto. Y esa momentánea -y poco habitual- soledad -en principio solo física- no ayudaba a aplacar mi melancólico humor. Simplemente lo mantenía como una sutil banda sonora que daba fondo al caos de mi escritorio. Sumida en él, ni siquiera prestaba atención a las historias que la profunda voz del locutor contaba elegantemente.
      Pero por un repentino instinto o, no sé, poder mental que cruzó mi cabeza cuando la voz cargada de virilidad comenzó a leer la historia de amor de una joven oyente, mis oídos ya estaban abiertos más que nunca desde segundos antes. A veces me impacta la capacidad de casualidad -no sin ninguna causalidad pícara- con la que el mundo nos sorprende a diario. La historia era muy, muy simple. Pero lo suficientemente completa como para identificarme en muchos sentidos con ella. En el instante en el que aquella maravillosa voz había captado mi entera atención y el juvenil romance todavía hacía eco en mi memoria, los primeros acordes de LA canción, aquella canción, empezaron a sonar en los altavoces. Mi gesto facial, mis movimientos, mi respiración, mi corazón, cualquier señal de reacción se detuvo durante un segundo, para luego dar paso a la más intensa rabia y resignación. Me hervía la sangre, como se suele decir, y no dudo en que lo hacía literalmente. Me habría gustado echar aquella maldita radio con su hipnotizadora voz a deshacerse entre mis venas. Pero apagué el aparato y traté de calmarme. Y la vocecilla interior de mi cerebro surgió para quejarse de por qué tuvo que ser así. Por qué las cosas nunca acaban bien, ya ni siquiera en las películas. Por qué mis ojos tuvieron la culpa de fijarse en los tuyos, y por qué mi garganta se vio obligada a tragarse inútil y dolorosamente tanto orgullo y lágrimas, cosas que todavía mi estómago intenta digerir a día de hoy junto con las mariposas que revolotean sin tregua.
      Decidí acallar a mi conciencia dolorida pulsando 'on' de nuevo. Mala idea y buena música. Un piano y una nota aguda pero melodiosa envolvió el cuarto hasta alcanzar los rincones más recónditos de mi mente. No, definitivamente aquel no había sido un buen día. Y eso no hizo sino recordarme una vez más que toda la feliz mentira que se había roto en pedazos tiempo atrás no me estaba dando buena suerte. Cada amanecer se había vuelto gris desde que dejé de verlos contigo. O mejor dicho, desde que tú dejaste de verlos conmigo. Porque, muy a mi pesar, yo seguía haciéndolo, mientras evitaba la idea de que los pedazos rotos tomasen la forma de los de un espejo que me regalara siete años de mala suerte. Agradecería más siete vidas... Aunque en cada una de ellas volvería a tropezar a propósito con tus ojos. Hay que ver lo que abarca la supuesta inteligencia humana. Sí, supuesta. ¿Quién ha tenido la brillante idea de calificarnos como la especie más inteligente? No considero asunto de mentes privilegiadas hacer semejante tipo de tonterías con todo el placer masoquista posible. En realidad, empiezo a pensar que hasta esa misma piedra con la que tropezamos tantas veces como podemos tiene más capacidad lógica que muchos de nosotros.
Yo me reflejaba en ti, y ahora solo hay piezas esparcidas sin sentido. Quizá nuestro intelecto se base en la habilidad de saber escoger si la felicidad es un espejo roto o un felino longevo. Complicado.