Tirado en el sofá, en pijama, engullendo todo tipo de porquerías, lagrimón, pañuelo en mano, y nuestra pastelada favorita en la televisión. Añadiremos también la típica tarrina de helado, por qué no. ¿A alguno le suena esta escena? Claro que sí. Y más de uno seguro que ha sido su protagonista. Es una escena que podría ser hasta cómica si ignoramos los motivos por los que se puede llegar a ese estado. Apuesto a que ya no tiene tanta gracia, ¿verdad? Es probable que muchos hayamos pasado por esa etapa
en algún momento de nuestra vida, autoflagelación dentro de la autoflagelación más absoluta. Y es que nos procrastinamos continuamente.
¿Que has tenido un día de mierda? Para qué poner algo alegre con la intención de subirnos el ánimo... baladón. Pensemos en esto: ¿Cuántas horas tiene un día? Veinticuatro, de las cuales restaremos algunas de sueño. Pongamos, para los más desvelados, que el peor día de nuestra vida tiene veinte horas. Parecen un montón, sí. Pero no castigues cada minuto. No lo pienses, demonios. Para mañana ya estarás veinticuatro horas más lejos de todo esto, sea lo que sea. ¿Y si mañana continúa
la mala suerte? Mismo remedio. ¿Y al otro? También, que al final se acaba. De verdad. Aunque las cosas, buenas o malas, terminan o empiezan en gran parte por tomar cartas en el asunto... ya sabes.
¿Que has roto con alguien? Baladón-pastelada-baladón-baladón-pastelada-pastelada-baladón... Pienso que no somos conscientes de cuán frágiles, física y emocionalmente somos, y de cuantísimo se debe a nuestra misma culpa. Siempre tenemos el 'Carpe Diem' y el 'Tempus Fugit' en la punta de la lengua, para usarlo como coletilla a la primera de cambio. Y rara vez nos paramos a analizar la validez y realidad de los latinismos que tan intelectuales quedan. Nosotros mismos nos acortamos la existencia. Mientras te quejas en el sofá, alguien que puede arreglarte el día fácilmente anda por tu barrio. O incluso pasa cada día, por pura rutina, por tu calle. Por delante de tu portal. Puede que cruce el parque de los patos de la esquina. Que se quede embobado, al igual que tú, mirando esa fuente tan bonita de la plazoleta cada mañana. O cada tarde. O que incluso sea el vecino ruidoso que pone esa música infernal a todas horas. O ese chico desaliñado de la tienda de discos. O esa ejecutiva imponente que se salta el semáforo de enfrente con su cochazo, y a la que en el fondo le da miedo estar sola. Y, ¿qué hay de esas conversaciones y miradas fugaces de discoteca? También valen. Ese 'hola' que no te atreviste a decir, y esa sonrisa que no te atreviste a dar. O ese pedante del bar, la tarde anterior. En realidad no estaba tan mal. ¿Qué hay de la camarera de la coleta? ¡Menudos ojos!
Más: Una muerte. Aunque más justificable, mismo procedimiento de baladón. Esa persona se ha ido, y el mundo te parece lo peor. Una afirmación, por otra parte, que no me atreveré a contradecir. Pero haz honor a esa persona. Seguro (y suena muy típico, pero cierto) que no querría verte así por nada del mundo. Cambia eso.
Que los lunes encabezan la lista negra de 'Cosas Odiosas', que ya no recibas ese mensaje de buenas noches y/o buenos días que te levantaba de la cama del tirón, que esta tarde no has podido meter más la gamba en el trabajo, que el perro ha hecho lo suyo sobre la alfombra blanco inmaculado del centro del salón y que tienes una pila de platos sucios sin fregar en la cocina, y que le eches de menos... Bueno, actúa. Creo que todo es cíclico.
La vida te ha arrebatado varias cosas sin las que crees que no podrías vivir, y lo has hecho. También te ha dado otras alucinantes, seguro. Y lo más grande que nos puede brindar siempre es la opción. La opción de cambiar, la opción de escoger, aunque creamos que es imposible.
La opción de tener una opción. De que cambiemos los viernes por los lunes, y la peli de sobremesa y el helado por palomitas, butaca y una mano amiga. La opción de demostrar que sí, tienes un talento inconmensurable para cagarla, pero también para enmendar los errores.Y para aceptar los de otros. La opción de seguir tus principios o de tragar orgullo. De enfrentarte o de agachar la cabeza. De hablar o de gritar, o de callar con un beso.
Pero, ¡¿queréis volver al sofá y terminar de leer?!
No hay comentarios:
Publicar un comentario